19 de diciembre de 2018
CMLXXII.- Permanentemente en algún lugar.
Cuando la luz de esa estrella ondulante
inició su camino, la madre
de un pequeño roedor moría
tristemente congelada, dejando
el temor de su hijo a merced
del invierno asesino y eterno,
dueño de la muerte y del viento,
del temblor y la resaca rigurosa.
Cuando la luz que brillaba en los ojos
de esa musaraña abandonada
partía hacia el cielo infinito,
no había nada en la noche todavía,
porque no hay dos momentos exactos
ni viajes que tengan sentido,
no hay tiempo para darse por vencido,
solo náufragos escualos del dolor.
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