8 de diciembre de 2018
CMLXI.- Recla Manece Sidad
Vuelvo otra vez peregrino a volar
cómo en niñas espirales de veleta,
dando un beso clandestino a la doncella
que no quiere ver pasar escarabajos
sobre el cojo jardinero del aire.
Voy haciendo de las hojas caídas
un amparo de curiosas volvoretas,
las que guardan el secreto del follaje
aunque esperen ser pisadas por gigantes.
Parco, leve y lentamente toco
la palma de la tierra y me contacto
con el negro batallón de caracoles al acecho,
con goterones que marcan el paso del mundo
y los grillos solitarios que duermen en el eco
de su propio concierto anaranjado,
sobre el agrio rocío de las piedras
en la terca y matutina oscuridad.
Hijos ciegos de violines alados
que, al anuncio inminente de la aurora,
guardan digno y respetuoso silencio,
sobre el gris que la bruma dispersa
y anida en la canción de los gorriones:
un conjuro demente que no quiere dormir.
Crujen cascarones debajo de la piedra,
larvas que lloran su huérfano color,
que pudren al olmo en su jardín perfecto,
que apagan la alarma del día que vuelve
cabizbaja en la garganta de millones de seres,
o bailan borrachas buscando bocados.
El bosque no deja ver al árbol,
la luna no desea su humedad,
pues han teñido su plateado maquillaje
y la abrigan sin aviso cantando
una extraña bienvenida al sol.
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