19 de diciembre de 2018
CMLXXI.- Candor Nitorrinco Lorido
Confío desmesuradamente,
me entrego al presto imaginario
del alma subyugante del prójimo
e inexorablemente confío.
Esparzo alrededor de mí
frecuentemente un vendaval
de tibios canijos sinceros,
para palomas desconocidas,
aparentemente amigas, y me voy
con ellas volando, sujeto al rigor
amable de sus garras peregrinas,
que luego me dejan caer
hacia el abismo de todas las mentiras,
al ocaso del siglo en que nadie confía,
excepto yo.
Confío indefectiblemente
y lavo mis manos de sangre inocente
creyendo feliz en el aura
voluptuosa y positiva de la gente,
por un amigo que ofrecio su mano,
por una mano en la que tonto creí
y en sus brazos cariñosamente,
que eran cálidos de niño creyente,
fervientemente y me perdió.
A pocos le interesa mi pavor arrepentido,
y todos me dicen que el mundo no era tal,
que no existen verdaderamente fieles,
ni agua clara ni perritos ni laureles,
porque el tiempo se ha encargado de borrar
todo vestigio de buena voluntad
y se asombran de mi vivo calor,
de los cuentos en que juro dormido,
de este sueño en que no quiero despertar,
porque necio testarudo y displicente
una y otra vez confío.
Yo creo en la fábula del mundo,
más me intriga la frecuencia siniestra
de ese oscuro pavor bandido,
narciso vanidoso prohibido
en el que tanto una tarde confié,
pero confío.
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