6 de diciembre de 2018

CMLX.- La mataba soledad



Era un beso en el cuño del tiempo,
que tocaba mi espalda de bocas,
las que gritan un paso arrepentido
como un tonto, tan lento y tan triste.

Acaso fui un faro furioso, aburrido
de luciérnagas que hieren demasiado:
millones de ojos que ya no me miran,
las manos empuñadas que nunca olvidaré.

Me ataba seguro a las miradas dulces
que unía con agua a mi polluelo corazón,
hasta que una mañana se hallaba sin vida
la flor desconocida, sin saber a dónde fue.

Por esa ventana, un fantasma de madera
que partía la noche de la fría Independencia,
y la vi deslizarse desnuda para siempre.
A veces, de noche, se me vuelve a aparecer.

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