Suponen que el Espíritu es paloma,
que María es una esclava feliz,
que el ciego de Damasco es un patriarca loco
y un mendigo delirante que se fue.
Creen que Jesús es sólo un hombre bueno
y su dolor, un estigma insensato.
Se burlan del camino de la fe
y suponen que la Iglesia es un ladrón barato.
Nos creen peregrinos ignorantes
o gente piadosa que teme morir,
nos piden un milagro en el calvario
y juran en vano que buscamos sangrar.
Pero ocurre que en la tierra somos más extraños:
venimos de un desierto plagado de flores,
cruzamos los mares con los ojos cerrados
y esperamos inseguros y seguros a la vez.
La dicha se nos va, la sal nos alimenta,
el vino se derrama y el pan nos vuelve a unir.
Lo negamos por la noche y lo vemos brillar.
¡Y todo es tan dificil como cuesta arriba!
Es ingenuo porque tiene mal sabor,
es vinagre que nos clava por la noche
o una piedra en la tumba que el viento cerró
y ha caído dejando un sudario vacío.
Es absurdo lo que vemos en el alma.
Un escándalo que nadie viviría,
la daga con que el hombre mata al hijo
y un océano infinito del más raro perdón.
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