
Mas el raro desenfreno en que he parido a la lluvia
no se piensa ni calcula como puedas tú creer,
porque llega en el segundo más escuálido del gozo
y lo lleva hasta mi mano con ceguera natural.
Que si cruza tan mal su loco vértigo sombra
y en los ojos no se ve lo que acontece, dirá:
te aseguro que no vive ni besa,
ni respirará jamás como gritando marchitar
su torpeza al escoger la cuna
y al recién nacido cientos de millones al final.
De pronto ebulle y cariñosa restituye
a la ignota existencia el fuego a gran velocidad
y se van así venciendo mil escollos:
detrás de cada carro hay un espacio singular.
Allí se escucha la fricción del tiempo
que por dentro es sólo sordo y no acapara lugar.
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