
Yo pretendo dejar de almorzar
y abandonar esa burguesa costumbre
de mirarle los zapatos a la gente:
otra moda de decir que incomódalo querer.
Si la forma peligrosa
de decir las mismas cosas
es la fina y mentirosa
caminante dilección,
su pilar y su espinoza,
la que surca y memotiva,
que me luce y nos conduce
con apuro y sin afán,
es un grueso peregrino cruel,
la sucinta mascullando
que parábola no brilla,
una roca loca pestilente y curvilínea
como el rojo castellano y meridiano farol,
dilocuente anaranjado y tibio
pero nunca es amarillo solitario y fino sol,
porque el foco moco cojo es demasiado poco:
si me toco un puro coco es casi loco para mí.
Como gárgola y envidia verán
que mi tierra agricultura
es la más agria dedica,
donde todos los rincones se parecerán
a la vida que los curas predican
y practican, porque nunca se complican.
Dejadme llevaros, entonces, por fin,
con la canción de la canalla puerca,
oh mis hermanas de sangre y amigas,
a la nación de la callada tuerca.
Son sus ojos los que a mí me primaveran
y sus venas lo que me hace más feliz
porque ladro como juerga que gleba
y mirándola palabra me maquillo solar.
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