5 de octubre de 2006

LXXIII.- Aunarnos


Ceniza y cariñosa certeza
que mueve y conmueve mi pereza otra vez,
se levanta con las manos en mis codos
y me arrastra hasta la playa para ver
las olas que no ha visto nadie.

Pensaba y escribía universales
de tu hijo conmigo y de mi madre con él,

pero vuela raro un aire de espectro claro
que se quiere enemistoso retener
y se pierde como el triunfo que inmoral,
no nos pertenece en lo absoluto.


Porque ha sido mi hijo casi vuelto flecha
que al viento y al aire y al roce del mundo
se ha dado por vencido y se apodera de él,
como selva americana de pirámides
o cruces largamente abandonadas,

o musgo de oro lento que imbatible cubre
a esos viejos galeones hundidos.

Ya no hay nada que se vuelva inmaterial
y todo en cierto modo es nudo nuevo
que nos habla como a cerdos sordos
en la vieja muda inmunda irrealidad del mundo!

Somos finalmente lo que vemos
y nosotros lo sentimos al final:
cuando trato de pintar mi tiempo,
yo vacío el de los demás.

Somos mudos para los ciegos
y sordos para cantar.

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