
Ánima lejana sobre un horno de calleja,
matanza en alabanza de un vulgar Getsemaní.
Miserias sin hogar por un quiltro ser humano:
no existe moraleja para vidas sin razón.
Anemia inconcebible de faunas callejeras
y el brillo de mis ojos, acaso es redención.
La piara de las culpas que nunca nadie cobra,
que el tiempo hace lo suyo, y el mío, corazón.
Qué tiñoso nombre le habrán dado a ese perro
que ni su propia madre sabe dónde está?
Se acerca como al fuego, delicia que amenaza:
posiblemente muera en pocos días más.
Mirándole callado, lastimoso y vergüente,
su mendrugo miedoso, su adiós hecho de pan.
Dejando de su vida un recuerdo inexistente:
el pan de Dios alegre que fresco se fue.
Yo quiero ser el cáncer que libre callejero
la sangre en romería que aléjase de mí,
pues vienen a la muerte y la peste los espera,
y a veces, solo a veces, les pide perdón.
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