Si pudiese volver el tiempo atrás, preferiría aquel instante donde estoy en la casa, recordando contigo a la Pituca y mirando cómo has crecido. Justo hoy, cuando ya eres un hombre.
Abro la ventana y los vecinos me miran, recuerdan dichas pasajeras y hacen de mi vida un consuelo, porque sólo anhelan la felicidad que imaginan aquí dentro, vestida para un baile de medianoche, mirándose al espejo de plata sobre la cama, echada junto a la lámpara dorada del cuarto que no existe, al final de un pasillo que no es. Por eso salgo y me voy sin mirarlos, porque suponen que mi destino es el otoño, en la esquina de la plaza donde niños y amapolas bailan la sonata del siglo que murió.
Hay miradas que lloran, vecinos que duermen, palabras que niegan, murmullos que duelen, paciencia perdida en una tienda de abarrotes y la tristeza furiosa que grita mi nombre a la distancia. Si pudiese volver el tiempo atrás, creyendo ser tan feliz como todos los demás, permanecería sólo un instante, para palpitar otra alegría instantánea, y volvería al sitio donde estuve siempre. Volvería para estar en primavera.
Niño, ya eres un hombre. Ven conmigo, toma ese abrigo y esconde las llaves debajo del florero. El vecino debe tres meses de renta y me pide ese dinero prestado. Dice que lo devolverá el jueves antes de las dos, pero no es cierto. Se pasa la vida frente a la pantalla odiando al mundo, antes que el mundo se acabe. Ayer me dijo que debiese rendirme, vender la casa y con el dinero viajar. Dejarme de idioteces. Dijo que todo era una idiotez y que la gente me odia.
Tenemos que ir a verlo. No tengo casi nada en los bolsillos, pero necesita ese dinero y debo entregárselo.
Abro la ventana y los vecinos me miran, recuerdan dichas pasajeras y hacen de mi vida un consuelo, porque sólo anhelan la felicidad que imaginan aquí dentro, vestida para un baile de medianoche, mirándose al espejo de plata sobre la cama, echada junto a la lámpara dorada del cuarto que no existe, al final de un pasillo que no es. Por eso salgo y me voy sin mirarlos, porque suponen que mi destino es el otoño, en la esquina de la plaza donde niños y amapolas bailan la sonata del siglo que murió.
Hay miradas que lloran, vecinos que duermen, palabras que niegan, murmullos que duelen, paciencia perdida en una tienda de abarrotes y la tristeza furiosa que grita mi nombre a la distancia. Si pudiese volver el tiempo atrás, creyendo ser tan feliz como todos los demás, permanecería sólo un instante, para palpitar otra alegría instantánea, y volvería al sitio donde estuve siempre. Volvería para estar en primavera.
Niño, ya eres un hombre. Ven conmigo, toma ese abrigo y esconde las llaves debajo del florero. El vecino debe tres meses de renta y me pide ese dinero prestado. Dice que lo devolverá el jueves antes de las dos, pero no es cierto. Se pasa la vida frente a la pantalla odiando al mundo, antes que el mundo se acabe. Ayer me dijo que debiese rendirme, vender la casa y con el dinero viajar. Dejarme de idioteces. Dijo que todo era una idiotez y que la gente me odia.
Tenemos que ir a verlo. No tengo casi nada en los bolsillos, pero necesita ese dinero y debo entregárselo.
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