14 de enero de 2019

CMXC.- Perdónanostalgia




Si pudiese volver el tiempo atrás, preferiría aquel instante donde estoy en la casa, recordando contigo a la Pituca y mirando cómo has crecido. Justo hoy, cuando ya eres un hombre.

Abro la ventana y los vecinos me miran, recuerdan dichas pasajeras y hacen de mi vida un consuelo, porque sólo anhelan la felicidad que imaginan aquí dentro, vestida para un baile de medianoche, mirándose al espejo de plata sobre la cama, echada junto a la lámpara dorada del cuarto que no existe, al final de un pasillo que no es. Por eso salgo y me voy sin mirarlos, porque suponen que mi destino es el otoño, en la esquina de la plaza donde niños y amapolas bailan la sonata del siglo que murió. 

Hay miradas que lloran, vecinos que duermen, palabras que niegan, murmullos que duelen, paciencia perdida en una tienda de abarrotes y la tristeza furiosa que grita mi nombre a la distancia. Si pudiese volver el tiempo atrás, creyendo ser tan feliz como todos los demás, permanecería sólo un instante, para palpitar otra alegría instantánea, y volvería al sitio donde estuve siempre. Volvería para estar en primavera.

Niño, ya eres un hombre. Ven conmigo, toma ese abrigo y esconde las llaves debajo del florero. El vecino debe tres meses de renta y me pide ese dinero prestado. Dice que lo devolverá el jueves antes de las dos, pero no es cierto. Se pasa la vida frente a la pantalla odiando al mundo, antes que el mundo se acabe. Ayer me dijo que debiese rendirme, vender la casa y con el dinero viajar. Dejarme de idioteces. Dijo que todo era una idiotez y que la gente me odia. 

Tenemos que ir a verlo. No tengo casi nada en los bolsillos, pero necesita ese dinero y debo entregárselo. 

El odio, hijo mio, vive en bosques de pinos muertos, se alimenta de nueces que recoje debajo de la tierra y no conoce verdaderamente la felicidad. No permitas que ningún vencino te quite las nueces para odiar, porque en cada nuez está esperando el nogal infinito. Nunca dejes que la encuentren escarbando esa humilde tierra que descansa en tu corazón. En la nuez de tu destino habitan las estrellas.

Mirando al cielo desde la ventana, pude ver gorriones que soñaban con volver el tiempo atrás, volar entre siluetas de espuma blanca y amar. Pero el tiempo no guarda los amores para siempre, y hay un helecho que se despliega desde el alma hacia el porvenir, donde no hay caminos, sino la fragua del invierno y el perfume del ocaso. Entonces, debemos vivir, hijo mío, debemos seguir. 

Ese vecino acaso no devuelva ni un solo peso, pero los necesita más que yo, y tú no me has pedido nada, salvo quedarme en la casa.

No te apures. Yo sé lo que hago. 

Hay una anciana -más vieja que yo- que sufre indecibles dolores. Sostiene un bastón de roble cuando camina lentamente hacia el hospital. Padece una enfermedad a los huesos y vive sola, de modo que no tiene más opción que salir cada mañana de lunes para ser atendida: avanzar lentamente bajo el sol de la mañana, sin la ayuda de nadie, esperar largo rato hasta que la llamen, la examinen, le entregan su carnet de la tercera edad y los medicamentos, y volver al cabo de una hora hasta su casa. Tiene mucho dinero, tanto que sus hijos nunca trabajaron para conseguirlo. Les bastó siempre con lo que su madre les dio, hasta que la dejaron viviendo sola.

Ahora bien, al cabo unos años, terminaron haciéndose, los dos también, inmensamente ricos, hasta el punto de no necesitar ya absolutamente nada de su madre. Sin embargo, siguen visitándola, pues prefieren antes gastar el dinero de la anciana que el suyo. Juran que ésta no sabe nada. 

Yo los veo cada domingo llegar a la Iglesia y, sentados al final, esperar a que la madre tome el bastón después de la misa para salir. Lucen felices, la cubren con su hermoso abrigo de lana púrpura y caminan con ella hasta el edificio, desde donde salen al cabo de un rato, víctimas de la ambición, cegados por su avaricia, contando los billetes del abandono, llorando de alegría y huyendo como niños camino a San Cristóbal. Si le diesen a su madre aquel amor que necesita, no necesitarían ese amor que ella les da.

Un dia me acerqué a la vieja cuando volvía del kinesiólogo y le dije que no era posible para mí seguir aguantando tamaña injusticia, que todo era una locura y que se estaban aprovechando de ella. 

"Niño", me dijo. "Soy yo quien se aprovecha de ellos. Vienen a verme todos los domingos religiosamente, me acompañan a recibir el Cuerpo de Cristo con desesperación, caminan conmigo hasta la plaza, juegan febriles en mi departamento con los gatos, me prodigan una alegría inmensa, que ellos desconocen, cuando parto el pan y me miran ansiosos. De otro modo nunca los vería, porque a cambio del dinero de mi pobreza, compro la riqueza de su compañía, y siempre nos besamos después del almuerzo, sin abrir los ojos. Soy la única vieja del edificio que ve a sus hijos cuatro veces al mes. No pierdo nada, porque nada me quitan. No ganan otra cosa que el amor de una madre agradecida. Porque cada noche doy gracias al Señor. Se llevan el dinero creyendo que me engañan, pero yo recupero la esperanza. Puedo ver la alegría en sus ojos, elevar una oración por mis nietos y comprobar, no obstante, que la desdicha llena el corazón únicamente de aquellos que roban almas, para llenarse los bolsillos de perlas negras, sin saber que vacían mis ojos de lagrimas. Cuanto más dinero pierdo, más afortunada soy".

Pedrito, quédate conmigo esta noche. No importa que el vecino ya no esté. Todos tenemos una soga esperándonos y hay una muerte distinta cada día reservada para el hombre. 

Sólo tengo para darte el dinero que el vecino no quiso, mas sé bien que no es eso lo que buscas. Cuando llegas a mi casa cubierta de sombras, rodeada de edificios, privada para siempre de la luz del amanecer, descubro que vienes sólo por mí, que tu compañia es el tesoro más grande, porque vale infinitamente más que el santo consuelo de la anciana, y comprendo jubiloso que ese jardín de cruces y naranjas es tu felicidad, porque no necesitas volver el tiempo atrás, y soy yo el anciano más  rico del mundo. 

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