Un pobre diablo pasa
meses preso, merced a pruebas falsas obtenidas luego de un allanamiento ilegal
a su domicilio y a una maratónica sesión de torturas físicas y psicológicas,
practicada por parte de la policía en el cuartel, la cual le hizo perder un
diente y finalmente confesar un crimen contra un travesti, que no cometió.
Felizmente, se descubre
el montaje, queda libre el pobre diablo y el fiscal asignado para indagarlo,
reúne las pruebas para incriminar a dos policías. Pide una audiencia ante el
juez para informarles que los investiga por tratos crueles, inhumanos y
degradantes, y por allanamiento ilegal, mas su jefe regional se entrevista pocos
días después con la plana mayor de la policía, alarmada por la citación de dos
de sus mejores funcionarios.
Al día siguiente el
fiscal recibe la orden de dejar sin efecto la formalización, derivar a la
víctima al psiquiatra del servicio médico legal por una clara tendencia a la
fabulación, advertida por los jefes policiales, y a ordenar que el peritaje por
las lesiones que el pobre diablo sufrió fuera modificado, pues era altamente
probable que la pieza dentaria que perdió luego de confesar el crimen haya
caído accidentalmente por un mal aseo.
Los policías nunca
fueron formalizados. La causa al poco tiempo se archivó. El fiscal que
investigó el montaje se fue a la Puerta Norte, y su jefe se hizo famoso, muy
famoso.
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