
el archivaldo del mezquino lagar,
ese que quiere ser fiscalcahuete
en su fatal insimilar mediocridad.
Su pusilánime vergüenza perezosa,
metiendo su pronombre en el pozo,
sin agallas, lastimero y calato,
mentirosa refunfuña insidiosa,
que me fastidia, memoriza y redunda
con amargo y suculento anonimato.
Dile, tú, melancolía ruidosa,
mi filosa niña fría bajamar,
que me guarde su tesoro en silencio,
que se tome el tiempo mudo leyéndome,
para cerrar caballeroso la boca
o que me olvide, que no está obligado a ver,
ni a escribir, ni a leer, ni a soportarme
y, si le gusta otra manía, que se vaya,
que yo no escribo para casi nadie más.
Porque si quiere lo que quiere, puede postular,
so mariquita molestoso deforme,
con tal que grite para todos su chapita vulgar,
su domicilio, su apellido y su nombre
y le prometo que lo haré feliz,
pero se esconde.
Yo lo medito, lo publico y le contesto,
para que se haga tan famoso como yo,
tan opulento, tan jocoso, tan tuerto,
tan culterano pendejo su castizo rococó,
pero no.
Porque no sabe, no conoce, ni tienta,
cierra vacío su alcornoque en un ancla,
y se sienta
el maldito cobardía noche, en un rincón,
recalado mojigato, su teclado muriendo,
que presume cachiporra cuanto dice mi canción,
sin remotamente nimio saberlo.
1 comentario:
Aquí me tienes, una vez más leyendo buena poesía. Obligándome, como tantas veces, a revisar el diccionario de nuestra madre patria, para pretender entender, sin suerte, los pensamientos que fluyen de tu cabeza.
felicitaciones
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