29 de septiembre de 2006

LXX.- Que no lo separe el hambre


La quiebra armoniosa sequía,
su tormento de piel reseca,
con ojos vacíos y flojos:
hay que conservar por algo.

Amarga huracana de azúcar,
su amigo en silencio y borracho,
no debe decir esas feas palabras,
atado su rabo a perderla de vista:
durmiendo a su lado cachorros
y un par de botellas de té.

Se varan ballenas que cumplen condena,
porque ella es un tajo de oruga que araña
y nosotros decimos: qué bien!

Conmigo se daña el domingo por dentro
y unida hacia mí, su martín pescador,
cual chocan lejanas galaxias,
la flora se arroja a su muerte batalla,
y me llevo a la tumba ese dúlcero amor
que es todo naranja suplicio y limón.

Mis blandas retinas dormidas serán
aquello que es ánfora y suerte:
la especie de rojo sonido y carbón,
rugido en jalones y extinta llorón.

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