1 de septiembre de 2018
CMXXXIV.- Hipocampo Unificado
Es solo cuestión de perspectiva:
lo que en el mundo de las partículas elementales
nos parece tan difícil de entender,
tan abstruso y demencial:
esa patraña imposible
La que nos cuenta El Observador:
y nos dice que es él quien determina la realidad
al intervenir en ella cuando la devela,
fijando de un modo indefectible la existencia,
la posición, la velocidad y el momento angular
de cada una de tales pelusas energéticas,
minúsculas alimañas infatigables.
Hasta ese instante invisible en que nuestro ojo
las sorprende, las visita y abre de improviso
la puerta de su íntima e ínfima habitación:
así ocurre cuando miramos al cielo de la noche
y lo comparamos con una carroza adornada
de miles y millones de luces y sombras,
y decimos: "¡Mira, una estrella!".
Mas ocurre que en ese parpadeo,
en aquel minúsculo instante durante el cual lo decimos
asombrados, candorosos y seguros,
al fijar la mirada tras el velo sobrecogedor
que nos separa de ese abismo insondable
que la luz embriagadora recorre
sumida en un tiempo inmóvil.
Puede haber un mundo que rebose de vida
dando tumbos alrededor de los soles:
sueños, partos y ficciones;
almas, aplausos, brotes y temores,
toda una larga existencia de gritos y bemoles
acontece en un minúsculo eslabón de la nada,
miles de milenios en un suspiro.
Una bitácora interminable
rueda, palpita y fenece
para llegar a la retina de nuestra atalaya inocente,
como si fuese un instante nada más,
un deglutir que nos calla,
un palpitar que no alcanza a oírse,
una gotera en el techo del ocaso.
Pero no.
Al mirar y fijar la vista en el firmamento,
la luz que ha viajado eones hasta nuestras pupilas
sólo es un resumen,
un mero compendio insignificante,
la humilde aglomeración de esa ajena historia planetaria
que nos llega a las pupilas como un enjambre prodigioso
de millones de orugas, crisálidas y volvoretas radiantes;
pero fijas en un colmo de repentina quietud,
en un cero sabroso y denso de algarabía,
de dolor, de sueños y realidades seculares,
dentro de una lámpara maravillosa
e instantánea llamada Fotón,
Y al atisbarlo y dejarlo penetrar
en nuestro espíritu de abeja,
en el cielo despejado de la luna nueva:
fija su luz para siempre como si fuese
-¡y lo es!-
una partícula elemental.
Así creemos saber de su existencia,
calculamos su posición,
intuimos la velocidad con la que se aleja de nuestro mundo
y creemos medir el ritmo
con el cual gira sobre sí misma,
si lo hace o no
en contra de las agujas de nuestro reloj,
del mismo reloj que lleva consigo la deriva del tiempo
y nos regala una esfera pixelada de personas,
de cada una de tales pelusas energéticas,
minúsculas alimañas infatigables.
Lo mismo que ocurre con el Schrödingers Katze:
nos pasa con la luz de las estrellas,
electrones gigantes
que se detienen y comienzan a existir
para nosotros de pronto,
y vuelven otra vez a su insondable paroxismo de veleta,
al plasma de la muerte.
a la instantánea vida eterna
al punto infinito,
al abismo de la eternidad.
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2 comentarios:
Te amo
Te amo
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