Se quedó en el Palacio de gobierno, tomó el teléfono para despedirse de todos y dar las gracias a cada uno, se ocupó especialmente de que sus más leales camaradas abandonaran el sitio y salvaran sus vidas, tuvo la certeza de que su inmolación no sería en vano.
Nunca dejó de dar la mano cálida a las personas que vivían la mayor pobreza de América, a quienes visitó siempre, con quiénes compartió desventuras y pesares sincera y afablemente, y entregó su vida por todos aquellos a quienes elevó a la categoría de protagonistas de la Historia.
Nunca se rindió y amó la vida, la patria que fue su cuna y al pueblo que sabía de su lealtad.
No volverá a existir jamás otro intérprete de grandes anhelos de Justicia como Salvador Guillermo Allende Gossens.
Por eso me hinco ante su figura, me emociono hasta las lágrimas por la pérdida de su vida y la de quienes abrigaron como él la misma esperanza, me siento infinitamente pequeño ante su ejemplo y honro con el Espíritu su sacrificio y su nombre esculpido en el basalto de los grandes seres humanos.
Porque su muerte y su lucha no fueron en vano.
Porque su muerte fue su victoria.
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