1 de marzo de 2018

DCCCLXXIV- Cadáver Güenza



Según cuenta la leyenda, Pablo Honorato aún camina por las noches arrastrando cadenas rojas sobre los pasillos del tribunal de alzada capitalino, que entrevista a las estatuas de mármol mirando sus orejas, que ilumina su rostro de calavera con luces invisibles, que le grita a unos camarógrafos blancos que ya no están y que el eco desnudo y triste de su amarga voz da vueltas por las balaustradas, y se despide de los fantasmas que abrazan a Pablo Rodríguez, hasta que amanece y el guardia de palacio bosteza, abre las grandes puertas con su llave de bronce e ingresa nervioso el primer abogado de la mañana, para ir a anotarse en la pequeña oficina de la relatora y alegar cerca de las diez y media un recurso sin destino ante la segunda sala, donde espera dormido el reportero de la madrugada, con el micrófono apagado y el recuerdo de un viejo operativo que cubrió para el canal del angelito, con la policía civil.

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