Hay un ángel al acecho, oscuro
sobre el techo y un cuervo dentro mío
que carcome y gruñe su espanto de miedo,
la cruz del vacío.
Hay un grito de niños, un juego
abandonado
y ancianos elegantes con juventud de
puercos,
que hablan de mí, que me ven silbando
y oyen mis canciones.
Hay ocasiones
en que sólo la soledad me salva:
tomo un libro del anaquel y me sumerjo
ansioso dentro de él, para huir
de una calavera amarilla
que me sigue por la noche
y me quiere alcanzar.
Hay un día infinito allá afuera,
rondas de sabuesos,
un siniestro perfume de carabinas,
y vago dentro de la casa
callado, enjaulado y pregunto
qué quieren de mí.
Hay un ángel de acero,
un buitre cayendo en espiral
sobre todos los horizontes
donde habita mi vida:
es el pájaro tras la carroña
que toca con un martillo de mentira
todo el sordo pulso mudo
de esta agonía invisible.
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