Oír atentos la sonata,
tosiendo la bachata, la cueca,
acaso bailar con los ojos cerrados
o quedarse en silencio mirando
a la banda, soñándola linda
o acaso algo a lo que el río de la
armónica
sesión de melodías da pulso.
La música nunca me ha fallado;
nunca me hizo daño
(salvo aquella noche en que el taxista
oía
y cantaba Arjona).
Pero siempre me ha hecho bien la música.
Me hizo amigo de gente inolvidable.
Me hizo amigo del espiritual sentido
inigualable,
del Maestro, de la guitarra tan
agradable:
del alma infinita de los que algo tocan.
Fallaron mis jefes,
me falló un amigo y lloré.
Pero encontré una canción
que se llamaba Rain,
tan desconocida de los Beatles,
donde Ringo sigue a Paul
con los timbales frenéticamente
y John trata de alcanzar
un áspero Re Sol, en la última escala
o hasta donde su voz podía alcanzar.
Oigo Rain, toco con Ringo, grito con John,
margo con el tejo ese bajo blusero de
Paul.
y me alegro.
Se me olvida todo.
La boca mala se pasa sin pastillas de
menta.
La barba deja de importarme.
Teclas, cueros, metales y cuerdas,
mas sólo la tormenta es lo que oímos,
el rugido del sol, la muchedumbre
repetida
de la BandAlegre del Cielo de la noche,
que ahora quiere tocarnos un tema,
para pasarla bien un rato,
todos junto a la mesa
bailando.
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