Me encuentro en la fila imaginaria del banco a una señora que no existe y que me pregunta: ¿Qué sustenta al Universo?
Creo que es la gravedad,
respondo en seguida. Es como la respuesta más lógica. Pero decir que es la
gravedad, nos mete en otro problema: aquello que sustenta al universo, lo
condena sin embargo a la desaparición definitiva sumido en un colapso
inexorable de atracción enervante y desoladora por el cual el cosmos se engulle
así mismo como aquel monstruo que los Beatles encontraron en su cinematográfico,
musical y prodigioso viaje animado a bordo del Submarino Amarillo: un mundo que
no puede evitar atraer todo hacia sí, que en lugar de boca, tiene una trompeta
aspiradora compulsiva, que lo engulle todo sin remisión. La gravedad sería
entonces como un mecanismo terrible para concentrar todo el Ser en algún sitio
ignoto, que nos conduce al absurdo de imaginar un punto infinitamente pequeño al
interior de algún agujero negro colosal.
No obstante, la
existencia de los agujeros negros no ha sido refutada ni por la observación ni
teóricamente, hasta la fecha. Existen efectivamente objetos lejanos que se
ajustan a los modelos matemáticos que predicen la existencia de estrellas
hipermasivas, cuyo colapso genera zonas infinitamente pequeñas donde la
gravedad es tan alta que nada escapa a su influjo.
Ahora bien, según entiendo, los agujeros blancos son un postulado no demostrado, pero sugerente, que pretende dar respuesta a la pregunta acerca del lugar donde está o ha quedado la materia, la energía y la luz que un agujero negro parece haber atrapado sin escape posible, cual devorador de mundos. ¿Dónde se ha ido tanta existencia? Acaso en algún otro lugar perdido del cosmos hallaremos agujeros blancos merced a los que, cual vertiente estrepitosa aparece a borbotones el antónimo de todo aquello que se tragó el monstruo negro en otra región y en otra ocasión de este retículo inacabable con que se ha extendido la totalidad. Es como una hipótesis, como un sueño inquietante.
Ahora bien, según entiendo, los agujeros blancos son un postulado no demostrado, pero sugerente, que pretende dar respuesta a la pregunta acerca del lugar donde está o ha quedado la materia, la energía y la luz que un agujero negro parece haber atrapado sin escape posible, cual devorador de mundos. ¿Dónde se ha ido tanta existencia? Acaso en algún otro lugar perdido del cosmos hallaremos agujeros blancos merced a los que, cual vertiente estrepitosa aparece a borbotones el antónimo de todo aquello que se tragó el monstruo negro en otra región y en otra ocasión de este retículo inacabable con que se ha extendido la totalidad. Es como una hipótesis, como un sueño inquietante.
Más inquietante aún resulta
imaginar que, si no hay gravedad suficiente para lograr el equilibrio o la involución, nos
espera otro infierno: el alejamiento inexorable y la desintegración progresiva
de toda la materia y de la energía universal, hasta llegar al abismo oscuro y
silencioso de la nada final, acaso sólo partículas, idénticas, inertes.
Creo que el Universo es
insostenible si dejas pasar las horas y las vidas hasta el infinito y la
eternidad, cualquiera sea la dimensión que escojas para contemplar el movimiento
perpetuo o para oír las campanadas del bullicioso silencio divino.
Las 'dimensiones', como el nombre lo sugiere, son modelos matemáticos. No
vivimos en una, cuatro o treinta dimensiones, sino que observamos los fenómenos
recurriendo a ellas según el caso. Dos dimensiones en geometría de polígonos,
tres en astronomía planetaria y cuatro en cosmología de la gravitación universal. Son
herramientas para conocer, no fenómenos. El sonido, por ejemplo, existe sólo
para quienes tienen oído. El sentido humano coloca entre las cosas fenómenos
que en sí mismos no tienen existencia real. El sabor, la luz de una estrella,
el viento que golpea la frente, todo existe en relación con nuestros sentidos.
No hay realidad sin sensibilidad. Aquí abajo, en nuestra tierra amada, tampoco
hay sonido si no hay un ser viviente preparado por la naturaleza para oír. Con
nuestra mente hacemos cada tarde el mundo bullicioso y luminoso que nos toca el
alma.
Cada tarde, digo y
luego dudo de todo: que a escala cósmica pueda hablarse siquiera de que algo ocurrió
"un día". Un día nuestro es nada para la Vía Láctea. La nada está
llena de cosas, de todas las cosas que nos rodean. El colapso que dio origen a
todo puede estar ocurriendo -y de hecho lo está- actualmente en algún lugar. La
Gran Explosión de todo o la nada uniforme y perpetua, ocurren ahora en algún
lugar lejano de la eternidad. Acaso ambas sean posibles. Mirar a la noche es ver, en el instante de un
parpadeo, el pasado, el presente y el futuro de millares de galaxias,
estrellas, planetas y seres.
Señora, nada de esto es idea mía.. lo he leído en alguna parte, le digo. Pero la señora ya no está y el banco ha desaparecido.
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