8 de diciembre de 2017

DCCCXLII.- ¡Mira como vuelan!



Yo soy la morsa, insuperable crítica a la cada vez más repulsiva e infame persecución contra el consumo recreativo de estupefacientes (detonada muy seguramente desde el Pentágono, que busca desesperado conseguir tropas limpias para enviar a Viet-Nam), arropada magistralmente por una banda realmente fabulosa, en la plenitud de su pulso y su armonía, adornada con una de las escenas más demenciales del Rey Lear; el arlequín insensato que viene dentro de la caja de cereal, que llora desconsolado y luego se ríe burlón de los gordos y ambiciosos productores que simulan llorar, pero que felices se hacen ricos buscando nuevos talentos, nuevas perlas que se tragan llorando hasta quitarles el brillo y reducidos a la nada por el consumo sin control; un jocker que divisa desde dentro de una ambulancia, camino a la rehabilitación, la esquina donde un policía borracho atropelló a su madre, y llora; la esquina donde unos asaltantes patearon hasta matar al prodigioso borracho de Baltimore, y vuelve a llorar, elevando la vista para ver al ridículo Norman Pilcher tratando de alcanzar hippies en la cima de la Torre Eiffel. Al final ríe, se aleja de nosotros al ritmo de los bufones y nos da la clave: resulta que ese payaso en realidad se está riendo de ti.


Genial hasta el paroxismo.

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