
Ese reír que no detuvo su fragua
ni entre nosotros ha bajado la voz
por un instante siquiera, nos da tregua
cuando a veces nos permite soñar.
Yo recuerdo aquella tarde de domingo,
llena de besos que no duermen jamás:
nos arrullaba la pena más feliz del olvido,
tan febril que se agazapa, y era dueño de ti.
Mas de pronto una mañana ese ruido
de adúltero payaso se desliza corriendo
y nos devuelve como espuma su rostro:
la perfidia que se ríe llorando de mí.
2 comentarios:
El olvido en brazos de lo olvidado pocas veces resulta.....
Es tan corto el arroz
y tan largo el tallarino
Publicar un comentario