3 de diciembre de 2006

XCIII.- Envidiosa de la fortuna


Percibamos todos juntos en la miel cautela
esa nueva identidad de seguir siendo y desatar,
sufriendo y disfrutándonos tu muerte en la justicia
con todo por los otros y confiando en los demás.

Porque cuáles consecuencias yo deploro más en ti,
si habremos de tener que castigarte igual
y todo de vosotros se vislumbra o vuela,
observándonos la viga del desánimo, tú y yo.

Fue queriendo perecer que no fue nadie con ella?
Y la dejásemos partir por si cualquier otra razón?
Todas las malditas enemigas fueron crueles
y ahora lloran en la sala: ¿Son culpables, Señor?

Quién sabe si sufriendo el orificio de su pena
fue risita en pleno patio de una larga voluntad,
la que sola una mañana en que no fue a la clase
se quitó por fin la vida que su madre olvidó.

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