
Mi sombra pagana se fue consumiendo,
cochina y violando su huella, sin fe.
No quise ya nada y mintiome la noche:
que nadie en la vida me quita o me da.
Hambriento, los nueve malditos,
pidiendo mendrugos a gritos de pan,
siguieron cayendo de pronto una hilera
a la pieza en que solo moríame yo.
Cerré en mis rodillas su calma ligera,
que salva migajas y deja llorar.
Mi palma se clava a la calva madera,
callado y perdido, sintiéndome mal.
La papa se llenó de cucarachas.
Si muero veinte veces, no lo van a saber.
Solitario me dejaron con demonios
mirando como gatos, al amanecer.
Se fue la loca muerta, y mis amigos ayer,
que llorando me dejó un canijo.
Pero yo no quiero ver a nadie nunca más.
Me escondí y no me encontró ni Cristo.
1 comentario:
Ese angelito estuvo más triste, solitario y perdido que tú, pero como siempre existen milagros, Cristo lo encontró y se lo llevó para hacerlo inmensamente feliz por siempre.
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