Qué triste me sentía cuando fuimos los dos
la lámpara escondida iluminando muertos,
la gente aglomerada que jamás nos vio,
cobarde, y traicionándonos con una sonrisa.
Yo nunca vi otra vez venir aquella alegría:
la noche encandilada en que me di por entero,
que es lágrima y silencio oscuro día tras día,
riendo y lamentando nuestra cruel felicidad.
Sólo los que buscan ser felices lloran,
siguiéndose la cola como el gato que jamás
podrá lograr siquiera detener su giro loco:
que nada más se vive jubiloso sin desear.
En esas penas dulces fui feliz por un momento,
urdiendo la alegría pasajera y oculta
de amar sin esperar que sea anunciada la dicha:
los dos abandonados tras el viejo pimiento..
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