Sacrificó temprano a todos los conejos que había en la casa, que eran varias docenas. Pasamos el día escondidos viendo monos animados en la tele de una tía que vivía lejos, allí donde nunca nadie nos encontraría. La tarde fue silenciosa.
Volvimos en la noche a Patricio Lynch, que ardía como un comando electoral. Entraba y salía gente del Comité Permanente de Solidaridad. La Laika ladraba nerviosa por tanto alboroto. Yo oía la Cooperativa pegado a la radio y la tele no importaba.
Supimos antes de la medianoche, gracias a Sergio Campos, que Pinochet había sido derrotado, que salir a la calle a gritar durante tantos años no había sido en vano, que la capacitación hecha a tantos jóvenes para cumplir su labor de apoderados de mesa no había sido en vano. Que el 'camino institucional' trazado por Jaime Guzmán era sólo una farza, un jugarreta que no les resultó, aunque hoy pretendan decirnos lo contrario.
Ni siquiera el fuego de las barricadas había sido en vano. Supimos que la dictadura podía llegar a su fin. Que el militarismo era una peste que debíamos desterrar. Que éramos dueños de nuestro destino. Y bailamos una ronda a la una de la mañana cuando Cardemil reconoció la aplastante derrota al fin. La Yeye, la Jimena, el Camilo y yo, hicimos cantando felices una ronda de niños infinita de alegría y esperanza en el patio sin conejos, porque todos estaban servidos en la mesa, la mesa que por fin fue la mesa de todos.
Llegó tanta gente esa noche. Hubo tantos abrazos. Tanta lágrima de consuelo. Mi padre estaba feliz. Había ganado el No. Y el No era una palabra gigante: ¡Vete maldito asesino! ¡Váyanse por fin soldados del terror! Alejamos con un lápiz el miedo de nuestras vidas. El miedo con el que nació mi primer recuerdo, el miedo a decir la verdad, el miedo a ser torturado otra vez. El miedo a decir No.
Piñera, el mismo que hace unos días vendió en el salón oval de la Casa Blanca nuestra bandera para comprar su impunidad en norteamérica, quiere comprar nuestro grito de Justicia con las luces azules que engalanan está noche a La Moneda, el mismo Palacio republicano que sus secuaces mandaron a bombardear con un Presidente digno en su interior y resistiendo.
No.
Ese mequetrefe que es capaz de vender su tricolor, quiere robarse hoy una victoria que no le pertenece. Porque el No es un tesoro de la gente que Pinochet intentó acallar con su puño de asesino. El No es parte de la Historia. Y la Historia es nuestra, y la hacen los Pueblos.
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