
Un solo invierno basta para nosotros,
los archiduques del frío y la oscuridad:
padres de un ángel desconocido,
que acaso alguna noche temeroso
y elegante, pero sombrío nazca, brioso.
Nadie podrá vernos porque nunca
estaremos juntos los dos;
ni jamás nos besaremos encerrados,
que por siempre cada uno será fiel
a su tristeza y a su pasado.
Y mañana será siempre el mismo día
que nos confunda, solemne y terco,
de alegría.
Todas las lunas y los cielos,
de nuevo y como siempre se irán:
Volverán la Mariposa y el Jilguero
enamorado, juntos, a bailar
con el paso equivocado y, quién lo sabe,
si alguna luz para cantar?
Seguiremos así hasta roer la muralla
y su funesto son, en una playa:
El torrente nos reclamará,
cargando con alguno de nosotros
y sumergidos llegaremos hasta el otro delta,
donde aquél que nos ha unido nos llamó
y nos verá, como niños entumidos,
y abrazados, al final.
Bienvenidos, -nos dirán los demonios-
a cada sueño, pesadilla tocará,
y pedirán cuentas de nosotros,
pero nunca nos separarán.
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