25 de junio de 2024

MCCLXXIII.- ¡Qué envidia la suya!




Vuelvo siempre al Puerto que me ha visto renacer:
sus lágrimas aladas hoy me llevan en volandas,
invicto me incorporo frente al molo que le abriga
y fiel munificente arrojo fuego a la molicie.

La piel se me ha hecho terca y dos afluentes de agua nieve
recobran el terreno que perdieron siendo niño.
La cumbre de mi escuálida certeza es casco eriazo
y juro ante la tumba de mi padre que volví.

¡Volví, viejo, de nuevo a ser yo mago y tú maestro!
El músico tabor de mi sonrisa llena el mundo,
la lóbrega emulsión de la codicia no me habita
y entonces soy el recio navegante en su tartana.

¿Por qué Valparaíso es al destino mi vasallo,
el vértigo magneto que me abraza como el viento,
si hay plazas y veletas en la extensa faja larga
más bellas y valiosas, más amables que pulir?

Yo vuelvo siempre bueno al espigón por no morirme:
la mar que le hace daño es mi naufragio hacia la noche,
y erguido aplaudo en calma el alma, clérigo y vestigio
de todo lo que he dado hasta llegar a ser yo mismo.

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