6 de febrero de 2021

MXCIII.- Pedro González 2720


No sé por qué me figuro a veces
que esa tarde te dejé pensando,
viejo torpe, en lo terriblemente
torpe que has sido conmigo
durante todos estos años,
pero lo dudo precisamente
por lo torpe que eres aún.

Yo tengo un ojo en el alma
destinado de noche a descubrir
cada una de aquellas leves,
pequeñas insignificancias
en la mirada de los demás,
preguntas hirientes al pasar,
respuestas demasiado crueles,
conversaciones maledicentes
y soledades que no merezco.

Se abre de improviso pensando
en la inquietante oscuridad,
me despierta con un dolor
que presiente caras desgracias
y se pregunta por qué será así
el mundo amargo que habito,
adivina mis defectos escogidos,
y me condena a la insolencia
del insomnio y la tristeza,
de madrugada cuando no duermo.

Entonces considero la rabia
como aquella necesaria virtud
de la que fui dotado al nacer,
o acaso la hice mía hace mucho,
siendo niño al llorar y callar,
porque las tías se reían de mi,
porque jugaba en el jardín yo solo,
y va quedando allí lentamente
en el recuerdo atesorada una pena
cual moneda oxidada y antigua.

Pobre pajarito descuidado,
que me mira fijamente sonriendo,
lo que cantaba y no quisieron oírle
ni cuándo fue que lo amaron un día,
ni lo quisieron suficientemente,
y se hizo viejo con el ruido del tren,
que se pregunta si las cosas que dijo
las hubiese debido guardar,
para que el precio de la paz se cobre
con el silencio mío en el espejo.

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