del frío mar sereno,
es bueno alzar de nuevo
y en asombro la mirada.
Atar con ambas niñas
lo cóncavo del mundo:
bailar en su murmullo,
soñando y contemplar.
Vivir.
Y es allí, donde cientos de miles
y miles de millones de latidos:
son gemidos de la luz en su comparsa
que no ha dejado de mirarnos jamás.
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