10 de septiembre de 2011

DCXCV.- Comundo




Ambos tuvimos la cara manchada
y un ártico manto deseo en la voz,
supimos enseguida qué diría el invierno
y quisimos atarnos sin decir adiós.

Los dos recogimos la misma moneda
y en cada bolsillo bordamos la cruz:
crecimos de pronto ante el látigo heridos,
y un canto de silencio dormido nos mudó.

Unidos en íntima alianza genuina,
los dos eslabones de la libertad.
Con ella conmigo: verdad y testigo,
nos fuimos amigos de la eternidad.

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