29 de enero de 2010

DCXXXIX.- Ciento cuarenta y cuatromil.




Que lo de todos sea de nadie
y que sin esperar se den,
o reciban los que entregan
lo mejor y un poco más,
pues si tengo la fortuna
inesperada de tener,
no es mi culpa y me rebelo
a la arrogancia de envidiar.

Yo quiero ser también
alado un angelito,
que lleve especies a rincones
donde nunca fue el sabor,
y en amigable riachuelo
de canciones, bendito
traiga a todos un consuelo
y que no exista el cazador.

Pero me habitan
los demonios en el alma,
que se despiertan cuando grita
nauseabunda la traición,
con el claro desparpajo
de rateros que se escapan,
y anda pérfida, ladina
y dice “Tengo la razón”.

Una mañana sin aviso
habrá un ejército en tu casa
y en mi casa y en las casas
de los hijos que vendrán:
pedirán de cada uno
los mendrugos que nos queden
y se irán con los que llenen
de perdón el corazón.

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