30 de octubre de 2007

CCXLI.- Y comed todas de él


Yo supiera borrar la imprudente manía
de lleváterlo culpable a la boca
de postrarte callada, desnuda ante mí,
cual izcariota arrepentida por la casa.

Pero las ostias son amigas de Dios:
van imposibles, extraviadas en el aire
que te alimenta hermana mía de verdad,
y se lo lleva el huracán en una taza.

Donde nadie lo notaba, sigilosas,
las arañas te llamaron y gritando,
comiendo se llenaban en la mesa de dolor:
tú, de lechugas, sin saciarte jamás.

Es amargo el felón, espejo mudo y borroso,
que de niña tras de ti va corriendo
que te sigue donde quiera que vayas
y tu madre no te ha visto llorar.

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