
Ya no hay vida ni viento o velero
que me eleve: soy mal volantín
con un hilo que llega a tus manos,
sangro y duelo aferrándome a ti.
Que el siniestro me ahogue sin llagas,
que un abismo dé paso al cojín,
donde caiga tan vivo y tan suave:
que se olvide la gente de mí.
El amargo disuelto en el agua,
que no duele, me lleva a dormir
y asegura un futuro a mis hijos:
da lo mismo, de pronto me fui.
A la estrella fugaz que, fogata,
deja huella, dispara y el monopatín
me acompaña, callado, a la ingrata
caminata que no tiene fin.
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