12 de noviembre de 2006

LXXXV.- Farsanti Tabaco


Ese viejo blanco vil y terco mudo cuasimodo,
que me mira cuando miro su castigo infernal,
me viene a aconsejar cuando le queda tan poco,
maldecir callado infértil como un ángel del Señor.

Que ese círculo de humo y corazón tan atractivo
fue juguete de mi boca y es verdugo en suspensión.
Que no siga ya con eso, que me va a matar,
que me quede yo dormido: he sido un loco de atar.

Lo que aspiro borracho cuando me hago el lindo,
enamorado y feliz: yo conocí a mi flor.
Y me mata lentamente, porque soy un tonto,
porque si él se va a morir, voy a morir consigo yo.

Y me dice que no siga abasteciendo al demonio,
que me rinda a tiempo, por amor de Dios,
porque estoy equivocado, porque fui un sopenco
y el tabaco es un veneno, y tiene toda la razón.

Pero yo le contesto como buen cristiano,
desde mi guarida hecha de puro fulgor,
que se quede callado, que se muera solo
y que me deje vivir, que ya no hay nada que hacer.

Que la vida es como un alga que la mar frecuenta
y que la cuenta está pagada: no queremos sentir.
Porque así soy yo y así son casi casi todos
y en ese casi todos, todos vamos a morir.

Porque todos los que viven en el mundo sueñan,
que a la postre mueren, como muere el sol
y la vida es una parte de lo que ha de morir,
y que la mierda en la galaxia nunca tuvo buen color.

En cierta parte de la Historia me encontré una colilla,
la encendí con mi cerilla, y la locura ganó.
Hace ya bastante tiempo comenzó la fiesta,
se olvidaron de la muerte y todos fueron a bailar.


Y ahora tomo entre mis dedos el cilindro blanco
casi lleno de la muerte, de la alcohólica pasión
y succiono su veneno y me imagino la nada
la que lentamente come y me carcome y digo no.



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