
Yo podía pronunciar esas palabras
nauseabundas, alejadas, primigenias:
complicadas y acertadas tan pequeñas
pinceladas amasijos relucientes, pero no.
Recién estaba aquí en el suelo solo,
en medio de la calle sueño,
pavimento peligroso y mojado,
pero mío y prohibido que existe:
no me viste,
ni azul, desconocido,
ni triste.
Yo era el ogro que hace un día
entre tus manos nunca,
el aire que no estuvo y frecuentaba tu barriga,
la voz de la conciencia que se oye al pasar,
en medio de la calle sueño,
tu paso me golpeaba al caminar,
pero yo seguí en el suelo solo,
peninsular, mi laberinto infinito
que induce y conduce lentamente siempre,
pegamento que le nace y nos adhiere
a la existencia, cada uno a cada cual.
Todo el día el uno al otro, somos
fervientes partidarios, pero yo
les pertenezco por entero a todos
azul, desconocido y triste.
Inigual.
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