5 de mayo de 2006

XXXV.- Modelo de Gestión


Hoy he llegado con la intención de provocar un cambio en la idea que de mí se tiene. Saludar en sus oficinas a todos y desearles un buen día o, al menos, una buena mañana.

Pero me siento frente a la pantalla y veo que soy el mismo oscuro funcionario y olvidado de siempre. Así parece que termina siendo todo cuando unes a más de cinco abogados en el mismo edificio: Lo que pudo haber sido un instante fecundo en el Historia de las Ideas, termina convertido en miserable madriguera llena de topos encerrados y ensimismados, contando cuentos y haciendo de la gente el Sujeto Indeseable de la Modernidad: con domicilio, nombre y patrimonio, con algún sentimiento profundo, indigno de mucha consideración y carente por completo de alguna idea original.

Y día tras día, elevamos a la mampostería infame de la posteridad una sartén llena de cuentos oscuros, vacíos, inocuos. Como el viejo cuento del Mar de Ilicitudes, salpicado como una Polinesia, de islas que son los delitos:
“Señora, su televisor podrá recuperarlo si demanda a la persona que lo tiene, pero ante un Tribunal Civil. Imagínese que los delitos son como islas en el Mar de la Maldad; pues bien, las deudas no están en tierra firme, sino que flotan sobre el océano infinito. ¿Usted le prestó su televisor a Juan? Entonces, Juan está en deuda con usted. Pero esa deuda no nos compete, porque no es delito. ¿Me entiende?”.

“Señora, el acoso sexual no es delito en nuestro país. Sería delito si se tratara de actos sistemáticos de abuso de poder, cualquiera que sea la forma de que tales abusos estén revestidos”.

Claro. Todo ha quedado todo muy claro. Y ella pasa frente a mí como pidiendo auxilio, como llamando al mozo luego de ver su cuenta mal calculada, como pidiendo explicaciones ante lo que no tiene que ser explicado sino con el cuento de las manzanas o del Mar de Ilicitudes, que son los delitos.

Pero ocurre que no soy más que un oscuro y olvidado funcionario al que le interesa sólo su vulgar y mal oliente catacumba de topo ciego.

“Hasta luego, señora”.

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