1.- Lamento lentamente la fastuosa inmensidad de aquello que me rodea. Al engreído humano ser facundo, inquieto, intrépido y pasmoso. Dueño del aire, dueño del tiempo. Dueño de sí. Su fatua alegoría exultante y el sopor insípido con que triunfa ante el cosmos, y detesto detenidamente al Cosmos.
2.- Lloro agazapado ante la tumba abandonada del mar, y miro al orbe redundante de mi cansancio. Tragos y traiciones, pérdida insensata, ángel de gaviotas tristes, y deploro intensamente aquella amarga libertad que me hace digno. Todo es horizonte, todo es más allá. Telúrica comparsa de piedras en arena, y sollozo.
3.- Luto amor eterno por las almas que no son. Viejos apagados, niños en vitrina y todo es leche. Amapolas vidrios, centinelas fuego y caparazones de calipso. Quien quiera huir del agua, que no cante. Reposo mortecino y cruel asbesto. Truco anaranjado del abismo en que no soy. Y el que espere huir del cielo, que me siga.
4.- Segundo movimiento de la sinfonía siete: gong de un solo tono, plagio y romería. Vino blanco trago que se lleva en su gaban la gloria. Hierba que rodea lápidas. Santos que nadie investigó. La música de todos los tiempos se hace hilachas que no logro ver en la larga noche de mi mala fe. Que vuelva a mí, que se haga lágrimas y me venga a buscar.
5.- No hay un designio prohibido detrás. ¿Cuántas esperanzas se abrigaron en la cal caída a los pies del muro de los lamentos? No hay legítimos defensores. Las víctimas son secuaces y los inspectores tuertos. Hay que seguir, hay que nadar. Hay que rodear el ancón vacío para hallar el tesoro del cardenal Spada, y vengarse.
6.- ¡Ay, la dicha y el rencor! ¡Cómo habré de celebrar otra vez la inobjetable algarabía mágica oculta en el ambón de mis zapatos! Bebo cada tarde otra página caravana avalancha, porque ya no estarás conmigo, porque ya se me hecho tarde, porque el sol del firmamento siega ante su luz el fuego. Porque ya se ha nublado mi sien.
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