Tú me gustas mucho.
Y así conviertes
una lupa en flauta
desde que enciendes
repentina la mañana
con seis abejas
comadrejas fluorescentes,
cuando se siente
dentro tuyo un clamor
que es precursor
de nubes nuevas en levante.
Y cada día me gustas más.
Conforme van
despilfarrándose los treiles
allá en un ámbito
horizonte que se tiñe
de mandarinas
totorales y cantan
las serenatas más antiguas
del color naranja,
en una franja
sobre el mar rubor.
Me gustas tanto que me da pudor.
Aunque no tanto,
porque igual escribo
y me dedico
a dibujar microbios,
aliño y láminas
que luego me preguntan
si llevo algo de tu boca
en la barriga:
por qué será que cada día
me gustas.
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