27 de diciembre de 2021
MCXXXVII.- Monos Voladores
Una tarde sin aviso me dejaron de hablar:
de pronto evitaron pronunciar mi nombre.
No quisieron ni verme a los ojos nunca más.
En mitad de la nada, del cerdo indeseable,
los que un día cantaron conmigo, se van
alejando bruscamente sin decir porqué.
La quinta columna de primos y clientes,
suegras y cuñados, vecinos y parientes,
colegas subalternos, sirvientes sin amor.
Yo quisiera de nuevo disfrutar en familia,
bailando en el césped del patio común,
y elevar hasta el cielo la copa en su honor.
Pero todo se ha ido: la dicha y la lumbre,
el sabor de la sopa, perdiendo el encanto
escurriendo de a poco, y muriendo sin fe.
Algo perverso les dijo, al oído:
la clase de cosas que todos creerán,
deshonra mentira y quién sabe, de mí.
Y se han encargado de ir esparciendo,
cual sucio reguero de cloacas y sombras,
arena y comadreja, el estiércol más ruin.
Lavrenti Beria también lo vivió,
después de servir y ser vil por años,
de noche desnudo y perdido, se fue.
Fue perro faldero, alcahuete proletario,
y poder en la sombra, salamero contumaz,
mas muerto Dzhugashvili, su noche llegó.
A todos nos puede tocar en la vida:
creernos el cuento de ser preferidos,
hasta darnos de bruces con la realidad.
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