Dibujo en algún sitio
de la clínicartulina blanca,
la risa carcajada disimula
del conjunto batallón de seres
que lentamente hundieron
sus dedos en la llaga
e hirieron los ojos de mi tercorazón.
Aprendímela memorizando
la culebra de la culpa mía:
que no fui tan bueno nunca
y no los quise mucho más,
ni te eché tanto de menos
cuando pude amar,
pero la víbora se va disolviendo.
Aquella que no quiso
lo limpio que le daba,
y el tío que me fraguabampiro,
la música perfumarola,
los niños en el patio de Vivar,
el óptico desprecio repentino
de mi vida en blanco y negro militar.
Que no fui al desfile,
que no tengo paletó,
porque tengo miles de agujeros
y dos tarros vacíos de nido
sostienen los largueros de mi cama,
donde duerme el Camilo con leche
y la Laika no se quiere devolver.
Sus mejillas se parecen tanto,
la mirada es una sola en la pared,
se repite como calcomanía
y resulta que los vuelvo a ver,
porque dañan cuando arañan surcos,
me enseñaron a no dar amor
y quisiera que me hicieran desaparecer.
Como dijo el ordinario la Tabita,
y me echaba de la clase Zumarán,
disfrazado de particular subvencionado,
caminabajó la calle Villafaña final,
y me carga Bernardo Guerrero,
que me dio sus calcetines morados
y resulta que se estaba burlando de mí.
Pero nuevamente el sol carente
de la sucia peregrina de ayer
tras el largo calderón de la noche
aparescenario cántaro en mi piel,
porque yo no me arrepiento de nada,
ni del plátanoriental que irrita:
ojalágrimas pupilas del niño que fui.
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