Dentro de ese container,
el mismo trabajador encuentra
por fin al perro que lleva
en su hocico el craneo reseco
de un recién nacido
en cuya boca había un huevo
de tortuga relleno con queso fundido.
La fotografía muestra al perro
en una jaula de circo,
dando vueltas sin detenerse
alrededor de nueve sacos blancos
de harina de pescado,
apilados uno sobre otro
por miserables soldados desconocidos.
Nadie supo entonces cómo
se llamaba la madre del niño muerto.
Todas las tortugas del puerto
vararon esa noche en la Isla Serrano.
Presumo que ese era el aroma del olvido.
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