26 de septiembre de 2012

DCCXVII.- Cuculíntegro




Oigo los latidos desnudos 
de tu digno corazón de nubes blancas,
cada tarde cuando vuelvo del trabajo 
y te abrazo.

Quiero estar allí, 
decidido y silencioso
llevando la taza, la cuchara y el té,
porque descanse tu boca, 
porque te sientas bien.

Y elevo un canto amigo 
hacia las intensas latitudes 
de tu ser de flauta dulce;
de tu violín anaranjado de susurros;
de tu voz y tu calor de cataratas
y hasta el silencio que oculta de mí 
y de mi vértigo impaciente aquello 
que el tiempo me dará como un regalo, 
lentamente.

Por respirar así la piel de tu cansancio,
por desplegar todo mi sexo fervoroso 
y persistente dentro de ti, 
allí donde la furia inextricable y tierna
de los seres pequeños que te habitan
detrás de cada palabra,
antes de que cierres tu boca
y un instante después de que la abras.

Allí.

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