Había en esa casa
una presencia que era mía:
dos pequeñas tazas
con un poco de alegría.
Dormido en la frazada
de una cama vacía,
lentamente daba
campanadas mi reloj.
De noche los amantes
ignorantes se perdían,
llenándonos la boca
con las nueces del amor.
De cada nuevo paso
que parí contigo,
cantando la saeta
por algún rincón.
Creyéndonos la vida
parecida unidos:
de toda esa aventura
casi nada quedó.