5 de febrero de 2009

CDLXXXIII.- El Eterno Marido


Que largos y opacos se separan los hilos
de licor almibarado con el paso del tiempo:
es que vienen tantos días sin mujer y sin hijos,
sin amor y saturados de vil arrepentimiento.

Me despido en la mañana: “Que esté bien.
Deje llaves, por favor, con la vecina”.
Salgo acaso por la noche o llame a quien
busque celo o tenga grata compañía.

Pero quedan más vacíos que una lágrima
los pasillos y la cama solitaria.
Hablo solo y juego cartas con las ánimas
y he comido más sandía de la que era necesaria.

Si tuviera un viejo amor que me llamase
y acordase de pronto un encuentro casual,
es posible que mañana diga: “Pase.
Estoy solo aquí en mi casa y ya no tengo a quien amar”.

Pero sé que cuando vuelva mi familia,
cuando el grito de los niños acapare la atención,
volveré a pensar de nuevo en el almíbar
y su alcohol que con el tiempo me dará la libertad.

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