25 de abril de 2006

XXXI.- Flor y Nata


Cuál es la verdadera
pasión generosa,
la vida buena
y la gente indecorosa?


Cuál es la cosa
que conviene que quiera?
Y qué, la rosa?

Ahora no sé.

Yo escribo porque estoy seguro

que ciertas amenas cosas
no deben pasar al olvido

y deben ser dichas.

Hay a menudo que saber
cierto tipo de asuntos;

algunos de la más delicada
índole o simples bravatas
de nimia irresoluta trascendencia,
pero llenas del rumor luminoso,
del encanto y del fulgor
con que arrópalo mi vida todo
desde siempre con devoción.

Conozco esa devoción,
que de golpe me abre los ojos,
en medio, en mitad de la noche,
y que ha menudo me abandonó.

Devoción que sobrecoge a veces

y a veces siento ocupar,
palpitar cada vez en mí
todavía mayor lugar.


Toda esa devoción
que hemos buscado y tocado
y madurado y atesorado
desde niños: lo que uno da

sin esperar a cambio nada.

Somos bellos y tenemos todo
el legítimo y natural derecho
a seguir todo el día así
siéndonos amantes.

Amigos y, después,
candeleros devotos.

Niños otra vez.

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