
Ella se burla de mi nube gris
y yo le escribo largas cartas de viajero,
que luego lee distraída junto a mí:
Perezoso cartero, pobretón y jilguero.
Ella se ríe de mí,
del niño viejo que me sigue y me toca,
de la palabra que se escapa de mi boca
y que de pronto la hace tan feliz.
Y ella se ríe, toda entera el alma
con la verde carcajada del maíz:
Me da la mano que me quita la calma.
Me da la luna que no para de reír.
Y ella de pronto seriamente se calla,
ella me abrocha la camisa y se va.
A la mañana siguiente me llama
y yo le pido que se ría una vez más de mí.
Que se ría todo el día de mí,
que no se guarde la alegría por mí,
y que se llene de gorrión y melodía,
por mí.
Que no se guarde la alegría por mí
y que se ría
con entera el alma linda
todo el día, y todavía, sin mí.