Me lleno de temor,
a veces tan a menudo:
me abruma una pulsión
de incertidumbre,
que suele dar quejidos
apagados, roncos
en el fondo de mí
tercorazonada pasión.
No sé por qué
de pronto está ocurriendo,
que la dicha innumerable
de tu amor sagrá-
-doliente me parece
tan lejana y se congela,
se esfuma, se consume
y no la puedo retener.
Y yo que me creía
el más seguro de los hombres,
el mástil en que todas
las banderas del honor
se izaban en recuerdo
de mi Fátima certeza,
y veo que no hay más
que de amargura, comezón.
Ay, cómo quisiera
que mis cuitas se quedasen
ocultas en el hondo
laberinto de la voz,
que nada se supiera,
que todo se durmiese,
mas tengo que decirlo
porque duele el corazón.
¡Amiga, no me dejas de amar!
¡Amor, que no se muera tu dulzura!
Mi flor, mi compañera
mi ternura, mi color,
que dulce me ha parido
aquella vida que yo era,
febril me ha dado todo
y por entero, por favor.
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