El viento que al oído
me quitó a ese dulce niño,
lo armó de peregrino
y sin saber se lo llevó.
Seguro lo han atado
con un nudo en la garganta
al mástil más lejano
de un velero que partió.
Desnuda la congoja
del amor sin dar cariño,
crecióle miel al vino
que no tiene pan ni Dios.
Daría la mitad de cuanto soy
por su organillo,
y al viento mi pesebre,
que era fiebre y colofón.
Resulta que era hoy
cuando cantaba como grillo,
mas pasan siete noches,
y en su coche lloro yo.
Yo que en su calado
había abrigádole una manta,
por ver entre sus manos
lo que nunca más volvió.
Y ahora velo mustio
en la recámara del siglo,
queriendo ser en él
lo que no fui conmigo ya.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario