La conocí en su casa de calle Independencia. Recuerdo haber llamado a su puerta tantas veces, cuando no había celulares que dieran aviso, y me recibía siempre como si me hubiese estado esperando.
Amigos comunes nos presentaron. Amigas suyas me querían dar. Y hasta su marido creyó que fui su amante. Y lo fui. Pero no del modo en que él me acusaba murumurando. Acaso conocía ese modo y por eso me odiaba más, porque llegué a lugares de su corazón que la Yoyo poco mostraba. Sentir el alma atada a un sueño imperfecto, y amar su imperfección en migajas dulces, seguidas de un doloro silencio amargo. Muy intúmetro.
La acompañé en mudanzas, algo en lo que siempre fuimos expertos, sobre todo en cuanto a las nuestras. Vivió en un apartamento hermoso en aquel edificio modernista de Concepción con Papudo, y desde allí bajábamos al plan, para pegar con ella avisos publicitarios del concierto de Victor Heredia, alrededor de la Plaza Victoria, durante esas noches inolvidables en que yo cantaba mis canciones en la Piedra Feliz y ella disfrutaba de un ardoroso cariño secreto, lleno de luces, noche y niebla.
Una vez le fui a dejar algo al jardín infantil. Los niños, pajaritos de mejillas rojas, que la amaban del mismo modo que yo..
Oh, Yoyo, te extrañaré tanto.
No es lo mismo el mundo sin ti, porque tu eras un mundo.
Adiós, Gatita de las Padreras Hogareñas. 🌠
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