Hay un navegante elegante, muy afortunado
que va mirando su fino bigote por la noche, de Hidalgo Don Quijote, viejo y fantoche, o su nariz de vanidoso, o
su amor en el espejo. ¡Que se alimenten de una vida cualquiera, y la usen,
debe haber varios locos, manteniendo un poco la palmera, hasta dejarla caer
como los cocos!
Ahora tocan y dejando huella en mi
latido corazón que duele, los amigos que parecen fieles y son el
frío zumbido de una larga estela que va deján dolorosa pestilencia,
una tórula de hedor sanguinolento, un raro tono de arrepentimiento, que se rotula y sella, como evidencia.
No merezco el desprecio que sufrí,
ni la fría indiferencia de la burla, mas gusanos fríos de tu
cabeza vacía pus harán y de tus piernas, felonía. Nada garantiza que uno
gane o pierda y a mí esta vez me tocó perder. Finalmente, uno siempre piensa y
escucha lo que dice su mujer.
Lo que a mí me daba vergüenza a Silva le dio resultado.
Lo que a mí me daba vergüenza a Silva le dio resultado.
Pero tengo el
derecho sagrado de mandarte a la misma mierda. El derecho de perdonarte como
idiota, y de volver a creerte confiado y tierno, pero no estoy obligado a ser
el mismo pelotas, siempre el mismo candoroso y eterno.
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